Tiempo de Otoño

«Los árboles meditan en invierno

y gracias a esto florecen en primavera.

Dan sombra y producen frutos en verano

y se desnudan de todo lo que es superfluo en el otoño.»

Proverbio zen

No sé si es porque nací en pleno otoño, a mí es la estación del año que más me gusta. Tanto ella como la primavera son dos estaciones suaves, sin excesos de frío ni de calor.

Volvemos del estío y de su estallido de luz y de temperatura y nos vamos sumergiendo en otro aire, un poco más fresco, y en otra temperatura, más suave.

Después de las vacaciones reencontramos una vida de alguna manera más rutinaria, más de ciudad. El día ha empezado a hacerse más corto, y la noche, un poco más larga. Cuando estudiaba, era el momento de volver a la escuela, al instituto o a la universidad. Era la hora de reencontrar a los amigos y a los compañeros, así como de comenzar un nuevo curso. Cuando trabajaba, ya llevaba unas semanas de retorno al trabajo pero era también el momento de elaborar nuevos proyectos, retomar muchas actividades y de iniciar otras más.

Para los barceloneses, las fiestas de la Virgen de la Merced, patrona de Barcelona, marcan el inicio de nuestro otoño, y este año 2020 no ha sido una excepción, a pesar de que lo hemos vivido, a causa del coronavirus, de una forma bastante diferente a la de otros años.

Otro hecho que caracteriza el otoño es la inestabilidad meteorológica. Al principio, sobre todo, hay días casi veraniegos y otros en que se produce una avalancha de fenómenos atmosféricos y empiezan las lluvias y las tormentas, a veces con efectos nefastos para pueblos y ciudades, como ocurrió el 25 de setiembre de 1962 en Rubí, en Terrassa y otras poblaciones catalanas. Recuerdo que faltaban pocos días para que yo comenzara el primer curso en la Facultad de Filosofía y Letras y cumpliera diecisiete años. El grueso de la familia estaba todavía de vacaciones en Masnou y mi madre y yo habíamos bajado a Barcelona porque yo tenía que hacer unos exámenes de Magisterio, carrera que estudié por libre. A consecuencia de los aguaceros, quedaron cortadas algunas carreteras y líneas ferroviarias, así como las comunicaciones por teléfono y telégrafo y no podíamos comunicarnos con el resto de la familia. Quién me tenía que decir entonces que muchos años después, en 1981, yo iría a trabajar a Rubí como psicóloga, en un incipiente centro de salud mental creado por el Ayuntamiento de la población. Allí he trabajado finalmente durante treinta años, hasta que a finales de 2010 me jubilé y he podido constatar que el recuerdo de aquella riada, en la que murieron muchos rubinenses, está todavía muy vivo en la ciudad, hasta el punto de que uno de sus barrios, el que se construyó para acoger a muchas familias que habían perdido su casa, así como la escuela pública que se construyó en él, llevan el nombre de “25 de setiembre”. Fueron días de duelo en Rubí y en Terrassa, pero también días de solidaridad entre vecinos y gente venida de otros lugares para ayudar, así como de una firme voluntad de reconstrucción colectiva. Hay hechos que marcan un pueblo y éste fue uno muy fuerte.

Pero el resto del otoño pasa habitualmente de una forma más tranquila. En la calle de Urgel, en Barcelona, donde viví mi infancia, mi adolescencia y primeros años de juventud, el arbolado dominante eran los plátanos de sombra y era un gusto contemplar cómo las hojas de iban poniendo amarillas y más tarde cayendo hasta que el árbol quedaba desnudo de hojas al entrar en el invierno. Nosotros vivíamos en un primer piso, encima del principal, y teníamos las copas de los árboles exactamente delante de nuestros balcones y a mí me encantaba contemplar cómo iban cambiando su aspecto a medida que pasaban los días. Recuerdo también que, cuando hacía el Bachillerato, hubo unos años en que teníamos en la ciudad restricciones de electricidad y ésta no volvía hasta que ya era bastante oscuro; cuando yo volvía del instituto todavía no había luz y yo lo aprovechaba para disfrutar del espectáculo un poco lejano de la puesta de sol (o de su reflejo en las casas cercanas) al mismo tiempo que merendaba. Era un corto espacio de tiempo que a mí me hacía feliz y una justa recompensa después de todo el día en el instituto y antes de ponerme a hacer los deberes para las clases del día siguiente.

Tengo la impresión de que en aquella época en Barcelona llovía más que ahora. 

Por lo tanto, era habitual tener que llevar botas de agua y un paragua. En la época de la escuela primaria, a mí me gustaba pisar las hojas de los árboles que habían caído y estaban mojadas, y meterme, si podía, en los charcos que había dejado la lluvia, cosa que disgustaba bastante a mi madre, ya que ella y yo íbamos y volvíamos juntas de la escuela, dado que ella trabajaba ahí de maestra y yo era alumna de la misma escuela..

Hacia mediados del otoño había la celebración de la fiesta de Todos los Santos.

Esta fiesta, como ahora, coincidía con el día 1 de noviembre, pero no venía sola, sino que entonces, al día siguiente, el 2 de noviembre, se celebraba el Día de los Muertos, en que era costumbre ir a los cementerios y llevar flores a los familiares difuntos, o sea, que enlazabas una con la otra y según como viniera el fin de semana, podías disfrutar de tres días de descanso. Cuando llegaba, ya hacía semanas que en la calle había unas pequeñas barracas donde se tostaban las castañas y se cocían los moniatos típicos de esta fiesta y de cuando en cuando comprábamos alguna.

A mi hermana y a mí nos gustaban mucho, pero cuando llegaba la fiesta de Todos los Santos, las castañas las tostábamos en casa en una sartén vieja que mi padre había agujereado para cocerlas mejor y también preparábamos los moniatos, me parece que en un fuego de carbón. Pero lo mejor de la fiesta eran los panellets, que a veces comprábamos en la pastelería y otras veces los preparábamos en casa. Recuerdo que los de piñones y de coco eran los que más nos gustaban.

Con los años, otra fiesta, de origen americano, el Halloween, ha venido a competir con la Castañada… 

Pero ésta se sigue manteniendo como una fiesta muy arraigada en nuestra comunidad. 

A mí me gustaba y me sigue gustando este recogimiento de los días de otoño, constatar que el día se hace cada día más corto y la noche más larga, este recogimiento en el cobijo del hogar, en familia o con amigos.

Para mí, otro aliciente del otoño era el día de mi cumpleaños, el 20 de noviembre. Había una comida especial, sobre todo si caía en domingo, y mi padre leía una poesía que había compuesto especialmente para la ocasión, como hacía para cada uno de los santos y cumpleaños de la familia, y, evidentemente, un regalo.

A primeros de diciembre había otra fiesta para celebrar, el día de la Inmaculada Concepción, que caía, como ahora, en el 8 de diciembre, y además, en aquella época, coincidía con el Día de la Madre.

Poco a poco nos íbamos acercando hacia el solsticio de invierno. Recuerdo que, durante muchos años, recibíamos un regalo de Maria Luisa, una prima nuestra que vivía en Dinamarca. Generalmente nos enviaba un calendario de adviento en el que cada día tenías que abrir una puerta o una ventana donde encontrabas dibujada una sorpresa. A mi hermana y a mí nos hacía mucha ilusión recibir este regalo de ella, porque entonces, en nuestro país no había ninguna tradición de los calendarios de adviento. Finalmente llegábamos al solsticio de invierno y comenzaba la dinámica de las fiestas de Navidad, Fin de Año y Reyes.

Y me sigue gustando el otoño. Siempre vuelvo del verano con nuevas ideas y nuevos proyectos, unos más factibles que otros, pero proyectos al fin y al cabo. Vuelvo de las vacaciones con mucho impulso.

Este año 2020 he tenido que batallar con la organización de mis actividades, a causa del coronavirus. He limitado las presenciales y he aumentado las que puedo hacer online. El tema es no aburrirse y estar activa.

Mientras el buen tiempo nos ha acompañado, he hecho algunos paseos por algunos parques y jardines de Barcelona, a menudo con una amiga, y pienso que ésta es una actividad muy recomendable para esta época del año a fin de disfrutar de los colores de la vegetación en otoño.

Pero, si tenéis ocasión de salir de la gran ciudad, os recomiendo que vayáis a contemplar el otoño en la montaña, a visitar algunos de los bosques que tenemos no demasiado lejos de casa. Una opción muy interesante es ir a visitar la Fageda d’en Jordà, situada en el municipio de Santa Pau, cerca de Olot. Otra opción, menos conocida que la primera, es ir a la Fageda de la Grebulosa, situada en el municipio de Sant Pere de Torelló, en la parte más norteña de la Plana de Vic. Otra posibilidad, ésta más cercana a Barcelona, es ir al Montseny, en especial a la Fageda de Santa Fe. La palabra fageda, significa en catalán hayedo. Hacer una inmersión en un bosque es una experiencia que rejuvenece y que te da fuerzas para afrontar el invierno que se acerca. Pero, si por lo que fuera, no os podéis desplazar a ellos, recordad vuestros paseos de otras veces por bosques y arboledas y descubriréis la fuerza que, en cada uno de vosotros, tienen vuestros paisajes interiores.

Foto hecha por Montse Samarra

También puedes traerte a tu casa tu pequeño otoño a través de algunos platos y alimentos típicos de esta estación.

Antes ya hemos hablado de las castañas y los moniatos, pero también podríamos hablar de las setas, otra comida típica del otoño. Yo nunca he ido a recogerlas al bosque, pero pienso que debe ser una actividad entretenida y agradable, siempre que vayas con alguien que ya sea experto, pues es necesario conocerlas bien, para no confundirse con las que son tóxicas. También puedes comprarlas en algunas tiendas de comestibles o en los mercados municipales.

En casa de mis padres comprábamos de cuando en cuando rovellons, y, una vez bien lavados, los freíamos con una picada de ajo y perejil. Este año, una amiga mía que vive en el Berguedà fue a coger por los bosques cercanos a su casa y me envió estas dos fotos: antes de cocerlos y después de cocerlos.

Foto hecha por Montse Samarra

Y si quieres probar tú mismo o tú misma un plato bien otoñal, te mando esta receta que he sacado de un libro que se llama (o llamaba) Sabores, muy conocido en la época en que yo empecé a cocinar, en la década de 1970.

Ternera con castañas y setas

Ingredientes

  • 100 gramos de ternera (cortada a lonjas, como si fuera para hacer fricandó) por persona

  • Unos 70 gramos de castañas por persona

  • Unos 70 gramos de setas por persona

  • 1 cebolla
  • 1 tomate

Preparación

Paso 1

  • Se toman las lonjas de ternera, se les pone sal (no demasiada), se pasan por harina y se fríen en aceite. Se guardan hasta el momento de echarlas a la cazuela.

Paso 2

  • En una cazuela se hace un sofrito con el aceite de freír la carne, la cebolla y el tomate. Después se le echa agua, se le pone un poco de sal y se añade la carne.

Paso 3

  • Las castañas peladas, después de cocidas en agua y sal, se escurren, se pelan y se unen a la carne.

Paso 4

  • Las setas se limpian, se lavan bien y se mezclan con todo lo demás. Si son pequeñas se dejan enteras; si no, se trocean.

Paso 5

  • Se deja cocer todo junto a fuego suave. 

¡Espero que os guste este plato!

Contadme en los comentarios cómo os ha salido.

Si te gusta, puedes compartirlo con tus amigos

Marga 

2 Comentarios

  1. Ángeles

    M’agrada molt aquesta narració . És molt maco com enllaces els records de la teva infantesa i joventut amb els fets de la climatologia i amb les festes i la gastronomia . Les fotografias m’encanten , sobretot aquestes de la vinya verge .
    Ho he passat molt bé llegint -la . Gràcies i ja et diré si finalment faig la recepta .

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